Inseguridad desde Neptuno

-“Bueno, qué me queda…” – pienso con resignación al apagar la tele, mientras mentalmente repaso todas las actividades que tendré que hacer al día siguiente y que, después de 3 meses, me obligarán a salir.

3 meses sin ver la calle, casi sin contacto con gente, sin recordar el tráfico, los buses, las correteaderas, las distancias largas… madre mía: ¿Cómo hacíamos antes?

-“No sé para qué me compro tantos pantalones, si solamente me pongo 3” – me digo, mientras abro el armario y busco el mismo pantalón cómodo y holgado que siempre utilizo para ir al supermercado. Solo que esta vez no iré al supermercado y esta vez el pantalón no me queda ni cómodo ni holgado…

-Ajá…

Un momento. Yo no horneé pasteles ni cupcakes dignos de Instagram (¿con qué tiempo?). Llevo meses sin comer en la calle (¿solíamos hacer eso, comer en restaurantes? ¿Salíamos?). Mi ansiedad no se tradujo en comida tan calóricamente culposa que mataría de un infarto fulminante a mi propio cardiólogo (¿o sí?). ¿Por qué el ojal ha decidido practicar distanciamiento social del botón de mi pantalón favorito?

Qué mal me siento. Qué culpable me siento. ¿De dónde engordé tanto? Por Dios, ni yo me aguanto el mal humor que llevo dentro. Siento que peso mil kilos. Siento que soy un planeta cruzando la avenida Javier Prado. El sistema solar. Siento que tengo cintura de refrigeradora. Cruzo la calle dando botes. Qué mal me siento. Qué culpable me siento.

Volver a casa por la tarde, dirección la ducha. Inevitable mirarme en el espejo. Me veo desnuda, me veo cansada, y el espejo reflejando mis kilos extra de cuarentena en estreno. La nueva convivencia me espera pronto, algún día, lo sé; de momento me espera una ducha muy caliente, que me haga olvidar por 30 minutos al mundo exterior.

Un momento… pero, ¿de qué se queja mi vanidad? Ana, por favor, hay gente que se está muriendo allá afuera y tú sufriendo por haber cogido un par de kilos. Sí, pero el pantalón ya no me queda. Sí, pero Ana, vamos, que al menos tú tienes un techo y agua caliente y hay gente que la pasa muy mal allá afuera, eh, Ana, por favor. Sí, pero ahora cómo hago para que el resto de la ropa me quede tan cómoda como antes.

Qué abanico de emociones. Me siento fracasada, desmotivada, ansiosa y molesta conmigo misma. Qué vulnerables nos sentimos las mujeres cuando la balanza nos muestra un par de kilos demás. Cómo a veces podemos sentir que nuestro amor propio, nuestra autoestima y nuestra confianza se van de viaje un ratito a Neptuno (con mascarilla) y con pasaje de ida. Me avergüenzo de mi cuerpo.

No. No te avergüences de tu cuerpo. Nunca de los nunca, jamás de los jamases. Tu cuerpo es perfecto tal y como es, Ana. Tu cuerpo te sigue el ritmo, respira, baila, se acelera, corre, salta, ama y se deja amar, se mete al fondo del mar y regresa de nuevo a la orilla cual comercial de cerveza, se cae y se levanta, aguanta madrugones, horas interminables de trabajo, ritmos agotadores, entrenamientos de campeonato. Tu cuerpo es ingeniería pura y perfecta. Que ese ingrato par de kilos no tumben al mujerón que eres, Ana. No lo castigues así. No te castigues así.

Mientras me envuelvo más en la toalla, no puedo evitar el abrazarme fuerte, a mí, a mi vanidad y a mis inseguridades. Huelen a mi jabón favorito. Las abrazo, les sonrío, las perdono. Me perdono.

Una vez más. Ya quisiera Barbie tener la seguridad, la autoestima y el amor propio que me ha costado años construir.

Una de tantas historias sobre mujeres. Historia 11/12

Autora: Silvia A. Lucho Molina.

4 Comments

  1. Deniuve

    Super identificada con esta historia de cuarentena gracias Sílvia por hacerme ver que aun en mi seguridad se puede entrar un poco en crisis y luego volver a mi seguridad.

    1. admin

      Todos hemos pasado diferentes crisis durante es Pandemia.
      ¡Animo!

  2. Helen

    Muchas mujeres nos sentimos identificadas con la historia……. Lo importante aceptarnos tal cuál somos.

    1. admin

      ¡Así es Helen! bien dicho.

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