La locura de un acorde

la locura de un acorde

El corazón le latía a mil por hora mientras esperaba en el backstage. Tenía los nervios a flor de piel mientras intentaba repasar mentalmente las letras de todas las canciones que iba a interpretar esa noche. Habían sido meses y meses de duros ensayos creando canciones que fuesen novedosas o, por lo menos, todo lo novedosas que pudiesen ser dentro de un mundo en el que solo se valora la comercialidad y el producto, antes que la creatividad y el talento.

Los nervios iban aumentando con cada grito del público que había en la sala, lo cual le hacía olvidarse de las letras de las canciones, aumentando aún más su nerviosismo. Cogió aire profundamente y con el sonido del primer acorde de guitarra decidió salir al escenario.

Un sinfín de luces de colores llenaba aquella oscura sala repleta de gente. La música iba en aumento y se acercaba el compás en el que tenía que entrar a cantar.  Se giró y miró a sus compañeros de grupo, sus amigos desde hace años… un escalofrío le recorrió el cuerpo y sintió verdadero orgullo de estar viviendo su sueño con las personas que él quería, junto a su hermano. Cogió el micrófono con agresividad y el primer gutural que salió de lo más profundo de su garganta hizo temblar las mismas paredes del infierno.

Contempló como los ojos del público se fueron abriendo totalmente desencajados al escuchar esa voz de ultra tumba, cosa que a él le animó enormemente. Al fin y al cabo nadie le había enseñado a cantar y toda su formación había sido fruto de horas y horas de prácticas en soledad.

Su cuerpo reaccionaba al compás de la batería, generando movimientos totalmente involuntarios y subiéndole la adrenalina a niveles nunca experimentados. El sudor le corría por su frente hasta alcanzar sus ojos, produciéndole un molesto escozor. Se los limpió con la muñequera negra que llevaba y al mirar al público le dio un vuelco el corazón. Allí estaba ella…la persona a la que hace años había amado con locura se había presentado por sorpresa y se encontraba en primera fila con cara de ilusión y animando canción tras canción con toda su alma. Miles de emociones le inundaron de golpe en ese mismo instante, haciéndole retirar la mirada de ella por vergüenza. El color rojo de los focos se quedaba corto al compararlo con el color de sus mejillas, pero en ese mismo instante todo el mal vivido se esfumó, al igual que la niebla que generaba la máquina de humo.

El concierto llegaba a su fin y el cansancio se iba notando más y más en el cuerpo. Miedo le daban las agujetas que le iban a salir al día siguiente. Sin embargo, la euforia que sentía al disfrutar de cada nota musical que salía de las proezas de sus compañeros y de aquel reencuentro no tenía precio, se sentía realmente vivo.

El final llegó, y con él, la ovación de un público entregado, de un público que le había hecho sentirse querido y valorado por el trabajo en conjunto, de un público repleto de amigos y gente que no conocía en absoluto, de un público que valora la música de verdad y no lo que nos venden como arte en la actualidad.

Una de tantas historias incompletas sobre música.

Autor: Miguel Angel Vera

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