50 años

50 años - MARIA JOSE MONTALVO

Hace pocas semanas llamó mi tío: “Hoy se cumplen 50 años del accidente de Mayra”. Sabía sobre aquel accidente por mi madre, mi abuela y ahora mi tío. De aquella época no solo me han hablado familiares, sino personas ajenas a la familia.

Un día en una fiesta, conocí a un señor que era de la ciudad donde vivió Mayra. Poco después de habernos presentado, empezó a hablar de ella con mucha admiración: “Es que hay algo que debes entender, en nuestra ciudad hubo un antes y un después de Mayra; ella era una mujer preciosa. Pregunta a cualquiera de nuestra generación por su nombre y todos dirán que saben quién es”. Luego de hablarme de ella con tanta devoción, le pregunté encantada cómo se conocieron, a lo que bajó la mirada y contestó: “No, nunca la conocí en persona”.

Mayra nació en Riobamba, el 2 de febrero de 1953. Creció convirtiéndose en una adolescente preciosa y fuerte de carácter; era de esas mujeres que no se dejaba vencer por nada ni por nadie. A ella todos la miraban, pero de lejos. No era fácil acercársele. Si escuchas a alguien decir que fue su enamorado de joven, hay un 99% de posibilidades de que sea mentira.

Hace unos años también conocí a un señor de esa época, me dijo que conocía a Mayra, le sonreí y le dije “dicen que me parezco a ella”, y frunciendo el ceño, dijo desde el corazón “¡uy no!, Mayra era preciosa”.

A sus 17 años y después de varios intentos, lograron convencer a su madre para que Mayra participe en el certamen de Reina de Riobamba y en abril de 1970 fue elegida Reina de su ciudad.

Al terminar su periodo de reinado, debía viajar a Quito con una comitiva del Municipio, para invitar personalmente al Presidente de la República a las fiestas de Riobamba.

El 1ro de abril de 1971, Mayra y 3 personas delegadas del Municipio, formaron la comitiva y se dirigieron en automóvil a la ciudad de Quito. En el camino, en una de las curvas en la zona de Salcedo, una camioneta vino a toda velocidad en sentido contrario y chocó al automóvil de frente. Dos de los pasajeros murieron. Mayra aún respiraba, pero ya la daban por muerta. Llegó a Quito en una ambulancia, bañada en sangre. Su frente estaba partida y la piel recogida como acordeón hacia atrás, sus piernas estaban rotas, su columna seriamente afectada. Su largo y hermoso cabello estaba bañado en sangre seca, que luego no pudieron quitar y optaron por cortarlo todo.

La ciudadanía estaba conmocionada. Como su muerte era segura, estaban preparando todo para nombrarla Reina Vitalicia. En el hospital en Quito, cirugía tras cirugía, su objetivo era salvarla.

Una mañana llegó al hospital el Presidente de la República, José María Velasco Ibarra, con toda su comitiva. Se le veía muy conmocionado. Al llegar y saludar a su madre, se acercó a la puerta de su habitación y vio un letrero que decía “Prohibido el ingreso”, así que decidió respetar la orden de los médicos. Le dijo a su madre que él tenía muy gratos recuerdos de ella, pues Mayra ayudó a su esposa Corina durante un tiroteo en Riobamba, llevándola, agachadas ambas, hacia el hotel para protegerla. También le dijo que confiaba en Dios y que sabía que Mayra iba a estar bien. Además, puso a su disposición el helicóptero en el que él se movilizaba, en caso de ser necesario.

Dijeron que no sobreviviría y lo hizo. Dijeron que no volvería a caminar, pero luego de casi un año inmovilizada y mucho esfuerzo, lo logró. Dijeron que quedaría coja, pero no fue así. Su columna no quedó en óptimas condiciones y tuvo varios clavos en sus huesos. Fue un proceso muy largo, pero Mayra venció todas las adversidades presentadas y volvió a caminar, volvió a nacer.

Mayra fue mi mamá…

Hasta la fecha, en ciertos círculos, cuando me presentan, no dicen mi nombre sino “es la hija de Mayra” y cuando escuchan su nombre, se les ilumina la mirada y veo en sus rostros pura nostalgia, alegría y tristeza.

Cuando a mi madre le detectaron cáncer en el 2003, empezó otra lucha; una lucha que ella no estaba dispuesta a perder. Luego de una cirugía en el Hospital de Solca, se me acercó la Jefa de Enfermeras del Hospital y me dijo: “Cuando apenas estaba empezando mi carrera como enfermera… Eran mis primeros días en aquel hospital cuando trajeron por emergencia a su madre bañada en sangre, luego de un fatal accidente de tránsito en 1971, nunca voy a olvidar ese día, me tocó atenderla aquella vez y ahora la vuelvo a encontrar”.

Cuando le detectaron cáncer, ya estaba muy avanzado. Le dieron pocos meses, pero duró dos años. Luchó hasta el momento en que decidió que, vender todas las posesiones de la familia sólo para alargar su vida unos meses más, no era una opción que iba a permitir. Así que sin consultar a nadie dejó el tratamiento y a las pocas semanas nos dejó. Así era ella.

Nunca he conocido una mujer con ese nivel de fuerza de voluntad y carácter. No sé ni la mitad de las cosas que le tocó pasar en su vida, pero ella tomaba al toro por los cuernos y no se dejaba de nadie. Sobrevivió física y emocionalmente a todo lo que le pasó en la vida y nos educó bien. Nunca nos transmitió sus traumas, miedos, nada. Nunca quiso que heredemos sus demonios internos y eso es algo que admiro y le agradeceré toda mi vida.

No murió hace 50 años porque no era su momento de trascender. Pero, incluso ahora que ya no está, sigo escuchando a personas hablar de ella con una sonrisa en su rostro, mientras que yo la extraño todos los días.

Gracias por todo, ma… es un verdadero honor ser “la hija de Mayra”.

Una de tantas historias incompletas sobre aniversarios.

Autora: María José Montalvo.

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