Me despertó una voz del otro extremo que se quejaba por la falta de espacio. —Claro que te falta espacio— pensé —¿Acaso estamos aquí para vivir cómodos?—
No lo dije porque todos parecían dormidos y yo estaba muy atontada para decir cualquier cosa.
Estaba en ese trance cuando sentí que algo pasaba.
No era solo sensación mía. Todos escuchábamos lo mismo. Un sonido plástico casi ensordecedor y un brillo, un halo, no sé. Un horizonte de luz blanca que nos cegó por completo. En momentos como ése uno se bloquea, no sabes qué pasa ni qué sientes. Lo siguiente fue un calor tenue que me rodeaba. Todo ocurría muy rápido y estaba confundida. De repente el tiempo volvía a correr, el calor tenue se convirtió en algo más intenso; una presión muy fuerte, que sumada a mi angustia era casi insoportable. Apenas pude abrir los ojos y darme cuenta de los colores y formas. Estaba en la calle. Vislumbré algunas personas pasando, con la cabeza baja y las manos en los bolsillos. Hacía frío, pero yo no podía percibirlo. Al cabo de varios segundos empezó a llamarme la atención una voz femenina muy chillona; hablaba de un Julián, llevaba días sin llamarla. La otra voz era grave, masculina, pausada y profunda. Hablaba poco. Decía lo justo. Por alguna razón esa conversación ajena me tranquilizó. No me interesaba nada de eso, por supuesto, pero dejé de pensar en lo que me estaba sucediendo.
Por un instante ambas voces cesaron. Fue entonces cuando un sonido áspero y muy cercano me hizo voltear. No tuve tiempo de nada cuando un correntazo me recorrió de repente. El ambiente se llenó de un olor amargo y mi vista se nubló. Sentí un ardor repentino que sorpresivamente no me molestó, era casi agradable. Me relajé un poco. Empecé a disfrutar de lo que estaba pasando, incluso del miedo, de la incertidumbre, y a dejarme llevar. El olor, el frío y el calor simultáneos se convertían en algo placentero.
Me concentré en la presión que hacían sus dedos sobre mi piel. Dejé de sentirme agobiada y su tacto, aunque torpe, no parecía nervioso en absoluto, al contrario, parecía que sabía exactamente lo que hacía. Me acostumbré rápidamente al calor de sus manos y a su olor que, mezclado con el humo amargo, me sumía en una especie de trance. En el mundo sólo estábamos los dos.
Percibí un calor húmedo que se volvía cada vez más intenso; era su aliento. No tuve tiempo de pensarlo, cuando sus labios ya me habían rodeado; nunca había sentido algo semejante, el calor seguía subiendo, esta vez me recorría por dentro, apenas podía pensar. Intenté respirar, pero no lo logré. Casi de inmediato sus labios me rodearon nuevamente. Nunca imaginé sentir algo similar. Caí en un éxtasis profundo donde lo único que existía era aquella sensación deliciosa que se repetía por instantes; cada vez más intensa, pero más corta.
Entonces escuché su voz. Traté de recordar si estaba hablando desde antes, pero no estaba segura, en todo caso no era conmigo. Fue cuando me alejó de golpe y escuché de sus labios un suspiro breve, parecía una despedida y de repente un golpe seco, metálico. No sé cuánto tiempo estuve inconsciente. Cuando abrí los ojos me di cuenta que ya no estaba; a mi alrededor solo había cenizas. Me sentía tan débil. Quise morir. ¿Para qué seguir existiendo si ya lo había vivido todo? Me lamentaba, lloraba, suspiraba… Cuando escuché un murmullo de alguien que pensaba igual; se decía a si mismo que no tenía sentido seguir y me sentí una idiota.
No necesité demasiado esfuerzo para salir de ese escenario deprimente; me bastó con esperar unos minutos a que alguien tropezara con aquel armatoste de metal para dejarme caer en la acera. Rodé con la brisa. En poco tiempo el ruido, el frío y la aspereza del suelo se volvieron insoportables. La calle estaba llena de gente que más que caminar, corría; se tropezaban entre sí, parecían ir todos retrasados. Pensé que él podría estar en esa multitud, pero cómo saberlo. No podría reconocerlo de nuevo.
Me entró una angustia enorme por moverme más rápido y evitar ser atropellada o pateada; no tuve éxito. Era pequeña, insoportablemente insignificante. Por tratar de evitar un escupitajo en el que caería, terminé en una alcantarilla. Eso fue lo que deduje que era, porque me encontré flotando en un agua espesa y mal oliente junto a un par de envolturas de dulce y algunos compañeros que habían sufrido el mismo destino. No me quedaba mucho tiempo… lo tenía claro. Mi destino era morir ahogada o de frío… quizás ya había muerto y simplemente no lo sabía.
Una de tantas historias incompletas de Mujeres. Historia 6/12
Autora: Karina Barragán