El viaje

Mi mentora y entrenadora me presiona para que agilice mis actividades antes de mi viaje. Todo debe estar listo y sincronizado a la hora exacta de la salida, ni antes, porque no estarían los otros tripulantes ni el capitán, ni después, porque seguro perdería mi vuelo.

Me visto presurosa con mi traje espacial. La seguridad y comodidad son un factor importante para este viaje según mi entrenadora, que además me recuerda que hasta mi cabello debe acomodarse de forma correcta: “un cabello desalineado interferiría de forma crítica con el intercomunicador galáctico y un peinado radical haría que los demás tripulantes no te reconozcan, o peor aún, que no lo haga el capitán me indica de forma rápida”; ¡Él debe saber que estás ahí!.

Antes de partir a mi viaje la entrenadora vigila muy de cerca que cumpla con mi dieta. Estos viajes requieren buena preparación física para enfrentar los desafíos que vendrán, así que devoro una buena parte de las porciones energéticas dispuestas en mi plato mientras siento el peso de la mirada de mi entrenadora diciéndome ¡APÚRATE! Además se asegura que las preparaciones novedosas que ha puesto en mi plato, salidas de un “cookbook” para astronautas, lleguen directo a mi estómago. Sus ojos miran impacientemente mi comida, el reloj y la pantalla de su dispositivo 6G de donde revisa al detalle todos los datos del viaje que estoy por emprender.

Después de cepillar mis dientes, “sería un pecado no hacerlo de acuerdo a la filosofía de mi entrenadora”, tomo rápidamente mi mapa galáctico, mi bitácora y mis herramientas de navegación estelar… ¡estoy lista!

Llegó el momento, me siento en la silla de pilotaje de mi nave, he probado mi intercomunicador galáctico y el sonido es fuerte y claro. Mi cámara de navegación está lista, tengo una vista perfecta de mi galaxia, las coordenadas están ingresadas y solo falta presionar el botón START. Mi entrenadora me da las últimas indicaciones, ajusta el intercomunicador, revisa la pantalla y hasta mi silla, “nunca está de más dice” y continua con un: “Entonces ya estamos listas 3… 2… 1…”

Despego y aunque los comandos todavía no me son tan claros, los voy perfeccionando con cada viaje de acuerdo a la expresión de mi entrenadora; a veces me veo obligada a aprender durante los viajes las configuraciones para no perder el tiempo con preguntas.

Tras varias millas de viaje he perdido toda comunicación con mi entrenadora, pero al parecer otros tripulantes siguen en contacto con los suyos; lo sé por la interferencia en mi intercomunicador galáctico. Estas interferencias hacen que el capitán decida bloquear toda comunicación con el exterior de la nave para evitar distraerse y ahora solo él nos da instrucciones. Hay algunas preguntas, pero estamos listos para el viaje a una nueva galaxia.

La pantalla me permite ver el más misterioso de los paisajes cósmicos. Estrellas se acercan a una velocidad increíble como si pareciese que fueran a chocar contra la nave y meteoritos pasan tan cerca que todo el fuselaje tiembla. Me aferro a los controles, verifico el cinturón de mi silla, repaso mentalmente cada instrucción de mi entrenadora y así logro pasar ilesa cerca de varios cometas que por poco golpean los propulsores de mi nave. La navegación se vuelve complicada y varios planetas giran sobre líneas imaginarias amorfas, por lo que debemos afinar el curso del vuelo para evitar estrellarnos contra ellos o contra sus satélites. ¡Parece que la nave es un imán para toda clase de cuerpos siderales!

El capitán hábilmente ajusta las coordenadas del viaje estabilizando la nave, mientras tanto yo sigo al detalle todas las instrucciones y ágilmente completo los comandos en mi pantalla de control. De pronto pienso: “Me gustaría tanto tomar fotografías de lo que estoy viendo… estoy segura de que mi entrenadora no me creería todo lo que puede encontrar en estas galaxias lejanas con las que ella apenas sueña”.

El capitán anuncia: “El rastreador astral está guardando toda la señal del viaje”. Esa noticia me agrada pues mi entrenadora podrá revisar el vuelo y consultar cualquier detalle crítico para mi próxima misión.

Luego de un giro forzado, por fin podemos ver la estrella brillante de color púrpura, parece que estuviera más cerca de lo que se ve en la ventanilla de la cabina. Nos acercamos a cumplir con el objetivo del viaje, “recopilar la mayor cantidad de información posible sobre este cuerpo celeste durante el tiempo que dure la misión”. Desde los sensores ubicados en el sistema de maniobra orbital se toma todo tipo de datos de esta estrella, para que luego en tierra los científicos puedan descifrarlos y entenderlos. Han pasado varios minutos y las losetas de protección térmica ubicadas en la parte inferior de la nave indican peligro de calentamiento, las señales de advertencia iluminan de rojo la pantalla de control. El capitán se apresura y da varias indicaciones de manera muy rápida. Toda la tripulación verifica posiciones de control y la nave da vuelta. “Debemos regresar lo más pronto posible a la base ¡el tiempo se agota!” se escucha en la nave. De forma turbulenta mi vuelo termina y apenas logro despedirme de la tripulación cuando el capitán me indica que ha registrado mi nombre.

Tengo todas las indicaciones en mi bitácora de viaje, al menos eso espero. Dejo mi intercomunicador galáctico a un lado de mi bitácora, aún siento el sonido interestelar en mis oídos, bajo cuidadosamente de la nave a la pista de aterrizaje donde mi entrenadora me recibe con un cálido abrazo y un: “Daniela apúrate, tu siguiente clase por Zoom empieza en 30 minutos, aquí está el link, pero antes hijita un lunch. ¿Anotaste todo lo que dijo el profesor?”

Le contesto de inmediato, ¡si mami!, está en mi libretita junto a mis audífonos.

Una de tantas historias incompletas de una Pandemia. Bonus 1 de 3.

Autora: María Gabriela Escudero.

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