Miguel

Miguel - Félix Espoz
Una serie de doce historias narradas en primera persona durante el COVID19.

Miro al reloj de la pared. Llevo seis horas, he terminado. Tengo la certeza de haber hecho un buen trabajo. Mis compañeras me confirman que los parámetros son normales, respiro profundo, relajo un poco los hombros, estiro los dedos y giro ligeramente el cuello de un lado a otro. Y empieza la lectura del protocolo. Me siento sudado, incómodo y no presto mucha atención. Se hace un silencio incómodo, Marta me quiere y se detiene por mi bien. Empieza la lectura de nuevo.

Voy siguiendo sus instrucciones. Me quito un protector de la cabeza. Tiro de una de las cintas laterales y luego fuertemente del pecho de la bata. Saltan los velcros de la espalda. Después me retiro las mangas y con ellas sale el primer par de guantes. Siento algo de alivio. Vamos por la mitad. Después gel para desinfectarme el segundo par de guantes. Me retiro el primer par de calzas de los pies. Marta no me quita ojo de encima y continúa dando órdenes muy precisas. Me desinfecto nuevamente los guantes. Me retiro la segunda protección de la cabeza, luego las gafas y luego la mascarilla fp3. Me queda colgando un trozo de gasa en la nariz que retiro con cuidado. Mas desinfectante de manos y tercer protector de cabeza y segundas calzas fuera. Más gel y último par de guantes. Gel y gel y gel… esta vez a fondo sobre mis manos libres al fin. Salgo de quirófano y me retiro mi último gorro protector y mi último par de calzas.

Madre mía. ¿Lo habré hecho todo bien? Voy al baño. Me miro a un espejo. Tengo la cara marcada por la presión ejercida por los elásticos de las gafas durante tanto tiempo. Son unos surcos rojos que me afean y mucho, pero de los que estoy en cierto modo muy orgulloso. Hoy es uno de esos días en los que me puedo mantener la mirada, en los que no me culpo ni me halago, solo me veo a mí mismo y me reconozco.

Cansado, cierro los ojos, me lavo la cara y siento que algo me molesta. Me he dejado la mascarilla quirúrgica colgada del cuello. Ese primer instante de despiste. Qué error. Me la quito. La sujeto un instante en la mano, suspiro y la tiro con rabia en la papelera. Me lavo nuevamente las manos cabreado conmigo mismo.    

Salgo con paso firme, con ese gesto mío de no me hables que ahora muerdo, y Marta, como no, que me conoce de sobra, me mira y me suelta, ¿ya será para menos, no? La puta mascarilla quirúrgica, le espeto y sigo: “Parezco bobo. Bueno me voy. Mañana será otro puto día de mierda en este infierno”. Sé que no se merece el tono, sé que mi equipo es titánico, unos jabatos que se han partido el alma, que se están dejando la vida aquí. Sé que mañana será otro día, lo de bueno o malo, ya lo veremos. Este es mi puto trabajo. Llevo 20 años luchando para estar aquí, ahora me toca demostrar de qué pasta estoy hecho…. Demasiado en juego.

Vivo cerca del hospital, ya está oscuro, pero no hace frío. El aire en la cara me distrae nuevamente. Consigo no pensar en nada. No hay nadie en la calle, no debería, y eso me reconforta. Me da esperanza. Pienso… si la gente se porta bien, igual tenemos un respiro. Voy a cruzar la calle y veo a un corredor. Me hierve la sangre en un segundo. “Hijo de puta”, le grito. El tipo se para me mira desafiante y me dice: “Métete en tus asuntos cabrón. No me hagas ir hasta ahí y partirte la cara”. Le contesto: “reza porque cuando lo necesites sean estas las manos que te toquen miserable”. No sé muy bien por qué se lo he dicho. Me giro sigo mi camino llorando como un niño hasta llegar a mi casa. Abro la puerta, llega corriendo Juan, mi niño de cinco años, la luz de mi vida. “Cariño, no me toques. Espera a que papá haga el ritual de entrar en casa. Ahora te abrazo en un momento”, le digo con la voz ya rota del todo. Se para en seco, me mira, le cambia el semblante, se le oscurece como la noche y corre buscando refugio en su madre. Esta vez ya lo tengo más claro, mañana seguro será otro día de mierda. 

Una de tantas historias incompletas de una Pandemia. Historia 2/12

Autor: Félix Espoz.

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