Infancia a la huancaína

Papa a la huancaína

“¡Viernes, por fin!”, pienso emocionada mientras cruzo presurosa la pista para subir al coche de mi padre.

Como cada viernes, un sentimiento de inenarrable felicidad me invade al comprobar que el fin de semana comienza y que mañana no tendré que venir al colegio. Dos días por delante en los que no tendré que despertarme temprano, ni tendré que ponerme el uniforme o sufrir con las clases de matemáticas. Si bien, mi inminente felicidad se transformará en angustia el domingo por la tarde, con el lunes asomándose a la vuelta de la esquina. Los domingos y su inevitable nostalgia gris por la tarde… ¿Por qué los domingos por la tarde serán siempre así?

Bueno, de la nostalgia del domingo me ocuparé el domingo. Hoy es viernes y hay que disfrutarlo.

Camino a casa, mi padre nos cuenta anécdotas y conversa mucho con nosotros. Nos hace reír con sus ocurrencias y siempre nos pide que le contemos cómo nos va en el cole. Y vaya que tenemos siempre algo que contar del cole…

Cada viernes viene acompañado de un ritual involuntario: salida del cole, papá esperándonos a mis hermanos mayores y a mí, las risas de camino a casa, el olor del parquet recién encerado al abrir la puerta, el aroma dulce del agua de manzana con canela que invade todos los espacios, los cristales ligeramente húmedos del calor de las ollas. Nadie me lo ha dicho, pero presiento que este pequeño ritual se convertirá en un recuerdo importante con el paso de los años.

Sin embargo, hay un detalle que es el summum de mi viernes, su punto de arranque, previa lavada de manos y rostro y amenaza fulminante de María de que, si no le damos los uniformes del cole antes de sentarnos a almorzar, los uniformes no estarán limpios y planchados para el domingo por la noche. Y es que, no sé si mamá ha decidido que todos los viernes sean tallarines rojos con papa a la huancaína, o es una feliz casualidad, pero a mí su involuntaria decisión del menú de los viernes me hace inmensamente feliz. Sospecho que la alegría de mis viernes se debe en gran parte al almuerzo.

Mmm, la felicidad viene servida en plato pequeño, con varias rodajas de patata, bañadas en una deliciosa y abundante crema amarilla y decorada con un trocito de huevo duro (o su aceituna, si es que te invitan a una reunión). María ya sabe que es uno de mis platos favoritos y que no hay lugar para frugalidades. “María, ¿por qué me sirves tan poquito? Ah, no, María, sírveme en plato hondo toda la papa a la huancaína que preparaste para el almuerzo”… María estalla de la risa.

La comida nos hace felices, comer nos hace felices, porque es rico, sí, (¿a quién no le gusta comer?) pero más porque nos reúne con la familia o amigos alrededor de una mesa, con una buena bebida, buena charla, acompañados de risa, cariño y buenos momentos. En Perú, la cocina es un libro, una ceremonia aparte. Obsérvense los comerciales de “conocida marca de gaseosa de sabor nacional”: la burbujeante y amarilla bebida acompaña con un fondo alegre, festivo, de celebración, familiar o entre amigos a diversos platos de comida. La comida es felicidad, a veces calóricamente culposa, cierto, pero sarna con gusto no pica.

¿Y qué peruano no ha sido feliz con un plato de papa a la huancaína?

La papa a la huancaína, es la sencillez y la felicidad en un plato. Es la infancia hecha recuerdos en crema amarilla de todos los peruanos. Nos remite inexorablemente a nuestra infancia, a almuerzos en familia alrededor de una mesa, a recuerdos cremosos impregnados en olor de ají amarillo, tarro de leche Gloria, galletas de soda (“compra Field, no traigas San Jorge”), queso fresco y su chorrito de aceite.

Nos trae recuerdos felices y de tiempos lejanos, más tranquilos y libres, sin pandemias, impuestos que pagar, correos urgentes o preocupaciones y tristezas de la vida adulta… ¡Sin WhatsApp!

Yo proclamo mi amor universal e incondicional a la papa a la huancaína y a mis recuerdos amarillos y cremosos, sin lugar a dudas, los de todo el Perú: “Cúmplase, regístrese, comuníquese y publíquese”.  

Algún día tendré mi casa propia y el día que lo haga, lo primero que haré, será correr a comprarme en Saga Falabella una licuadora y prepararme dos litros de crema de papa a la huancaína.

Y a nadie le pienso invitar.

Una de tantas historias incompletas de Amor. Historia 12/12

Autora: Silvia A. Lucho Molina.

2 Comments

  1. Miguel Mendez

    Silvia escribes muy bien. Hermoso relato de un tema simple pero muy agradable no solo al gusto por el hecho de referirse a un plato muy exquisito y típico de Perú, sino y sobre todo por la forma como narras tu historia. Felicitaciones.

  2. Andres Calderón

    La comida siempre evoca sabores, aromas pero sobre todo sentimientos y experiencias, y tu los has tratado impecablemente en tu historia. Felicitaciones
    PD: muchos ecuatorianos también somos felices comiendo papas a la huancaina.

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