Asesinato ambiental

asesinato ambiental

La escalofriante información que se entregó por parte del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN), sobre el asesinato de Asdrúbal José Chávez Jiménez, presidente de la enorme compañía petrolera venezolana PDSA, levantó una enorme operación policial por todo el país y dio paso a una infinidad de arrestos de políticos opositores al Gobierno del régimen chavista. 

 Durante las 48 horas posteriores al asesinato de Asdrúbal, el gobierno de Nicolás Maduro atribuyó la autoría intelectual, por todos los medios de comunicación posibles, a su oposición política, siempre utilizando la frase: “Prisión para los fascistas neoliberales asesinos”. La crudeza de la descripción del asesinato hacía muy difícil entender hasta dónde puede llegar el odio de una persona para tomar venganza o, simplemente, por ambicionar algo.  

El SEBIN indicó en rueda de prensa que, junto a una de las partes del cuerpo encontrado, había una carta del autor del crimen con una sola frase: “Es hora de que me devuelvas lo que me has robado”. Además, informaron que pegada a la misiva venía una hoja de araguaney, que es considerado el árbol nacional del país. 

Dos meses después, el Centro Nacional de Inteligencia (CNI), de México, convocó en una masiva rueda de prensa a todos los medios de comunicación nacionales y extranjeros para informar sobre el secuestro y fallecimiento de Octavio Romero Oropeza, presidente de la enorme empresa petrolera mexicana PEMEX.  

La descripción del asesinato parecía de una película de ciencia ficción. Los secuestradores habían encerrado a Octavio en una especie de invernadero completamente lleno de plantas, que en su mayoría eran venenosas. El recinto estaba completamente sellado, por lo que no existía la posibilidad del ingreso o salida de aire. Los investigadores indicaron que tomando en cuenta las medidas de esta “infraestructura de tortura”, Octavio debió pasar dentro de ella entre dos y tres días antes de perder la vida.  

En la misma rueda de prensa se indicó que tanto el CNI como el SEBIN, coincidían en que los autores intelectuales de este crimen atroz, nuevamente eran los grupos de extrema derecha de ese país, los cuales no veían con buenos ojos el “cambio liberador” que se estaba dando en la región.  Al igual que en el caso de Venezuela, en México también se encontró una carta con la misma frase que en el primer asesinato: “Es hora de que me devuelvas lo que me has robado”, a la que también venía pegada una hoja de su árbol nacional, el ahuehuete. 

A partir de la rueda de prensa, desde México hasta Argentina, América se convirtió en una gigantesca guerra civil en la que se buscaba encarcelar a la mayor cantidad posible de políticos rivales por parte de los gobiernos del socialismo del siglo XXI. Las batallas en las calles fueron sangrientas, el miedo a decir algo era evidente. Unos pensaban que podían ser asesinados por sus ideas y otros que podían ser encarcelados. 

Un año después, cuando la mayor parte de Latinoamérica ya se encontraba absolutamente en cenizas, entre el miedo y la ausencia total de actividades productivas, nadie esperaba escuchar al director del MI6, el servicio de inteligencia británico, esa fría tarde del mes de enero. “Buenas tardes a todos, lamento informarles, que el presidente de la Royal Dutch Shell, Andrew Mackenzie, ha sido asesinado de una forma brutalmente aterradora”.  

El relato espeluznante de saber que Andrew había sido colocado dentro de un barril de petróleo, al cual se le había puesto una fuente de calor en la parte inferior y sometido hasta su fallecimiento a un incremento paulatino de la temperatura, me generaba escalofríos.  

Además, el director del MI6 puso sobre la mesa una teoría completamente diferente a la que habían recurrido los gobiernos de México y Venezuela. Primero empezó aclarando que se podría tratar de un asesino en serie y que nada tenía que ver con la visión política indicada por la “teoría latinoamericana” y que destruyó buena parte del continente. Indicó que había que considerar el motivo de venganza por un “crimen ambiental”, representado por los presidentes de las empresas más contaminantes del planeta y en el que el asesino busca que sus víctimas devuelvan lo que ellos le han hecho a la naturaleza.  

Al terminar esta declaración el silencio en la sala de conferencias, al igual que en mi casa, era evidente, hasta que John Ready (famoso reportero británico) hizo la pregunta, una que todos teníamos en la cabeza: ¿Señor director, usted cree que es posible que existan más intentos de secuestro y asesinato? La respuesta fue contundente: “Sí, Sr. Ready, estamos totalmente convencidos, y aprovechamos esta rueda de prensa para indicar a todas las empresas cuyo fin comercial sea de carácter extractivo y contaminante en el mundo, que su personal puede ser atacado en cualquier momento”.   

Todo se paró de golpe en el planeta.  Cada día miles de empleados renunciaban a sus trabajos en empresas con un alto impacto ambiental, pese a que muchas de ellas entregaban dentro de sus beneficios laborales protección personal para ellos y sus familias. Después de atribuirse once asesinatos en apenas seis años y sin que ningún gobierno lograse ninguna pista, el “Jardinero del petróleo”, nombre sensacionalista que le dio el tabloide “Daily Mirror”, había logrado la mayor transformación del planeta en la búsqueda de energías renovables.  

Casi la totalidad de las empresas habían apurado todos sus planes en la búsqueda de nuevas fuentes de energías renovables y la mayor parte de los gobiernos de países en desarrollo no se habían atrevido a iniciar nuevos proyectos, debido a la amenaza que se dejó en una de las cartas. 

Hoy, mientras me afeito, escucho en la radio que la carta del “Jardinero del petróleo”, es la noticia más importante para la prensa de todo el mundo, y esto me lleva a cuestionarme: ¿Por qué estas empresas no pararon antes, cuando sabían que estaban matando a miles?, y sí lo hicieron cuando maté solo a once…. Creo que éxito es saber a quién matas y no a cuántos.    

Una de tantas historias incompletas sobre medio ambiente.

Autor: Miguel Viniegra

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