El sol en las manos.

El sol en las manos

Ahí estaba yo, sentado frente a la televisión, siendo solo un niño, viendo a David Copperfield atravesando la Gran Muralla China. Ese truco de magia fue el inicio de mi obsesión, una obsesión que tras más de 20 años me ha llevado hasta aquí, hasta un lugar recóndito de la selva de Guatemala, a una antigua ciudad maya de la que sólo quedan las ruinas de sus impresionantes pirámides.

Aquí, sentado en la cima del templo más grande de Topoxté, escribo estas líneas a modo de diario, a modo de despedida, hasta mañana no lo sabré. Temprano, cuando salga el sol, emularé al mago Copperfield, cerraré el círculo, pero no habrá juegos de espejos ni de luces ni televisión, estaré sólo y seguiré un ritual tan antiguo como la propia magia.  

Mi investigación acerca de cómo el televisivo mago consiguió atravesar una muralla empezó muy despacio, casi no había nada de información al respecto, solo un incipiente Internet que dista mucho de lo que es ahora, y en la biblioteca más cercana a casa no encontraba ningún libro de magia digno. Así que, según fui creciendo, iba almacenando pistas, detalles, esquemas, nada muy reseñable. Hasta que un día, casi 8 años después, vi en un vídeo de Youtube cómo un mago con la cara tapada destripaba infamemente mi obsesión: no era más que una burda ilusión. Un fraude. No me lo podía creer. Todo ese tiempo perdido. 

Esa noche apenas pude dormir. Revisaba mis cuadernos de apuntes, organizados por años, por civilizaciones, por periodos históricos en los que había alguna referencia sutil a rituales en los que se cruzaban portales… todas aquellas notas… debía haber algo más. Pero todo era tan confuso.

Al fin, en esos oscuros días para mí, encontré algunas respuestas en la web, en la Deep web. Había mucho loco hablando de esto, pero entre tanta mierda, la información real era como pequeños rayos de sol que se filtraban iluminando un camino hacía la verdad que tanto anhelaba.

Mis dos mejores pistas me conducían hacia dos civilizaciones antiguas de América Latina. Siguiendo la primera de ellas perdí un mes entero visitando a diario las ruinas incas de Ingapirca, en Ecuador, pero el paso de los años había borrado cualquier vestigio de aquello que precisaba.

Cerrada esa puerta, me aferré con todas mis fuerzas a lo único que me quedaba. Historias difusas acerca del Popol Vuh, el libro sagrado de los mayas. Fray Francisco Ximénez tradujo en 1715 un texto de 1500 que se cree que fue escrito por un indio que aprendió caracteres latinos. Este indígena habría transcrito las historias de la creación del universo contadas por los ancianos, que fueron transmitidas de generación en generación.  En esos 200 años, aseguraban distintas teorías, se perdieron algunos capítulos referentes a magia, conjuros y rituales, poco adecuados para una civilización occidental que se alejaba del misticismo no católico.

En Ciudad de Guatemala, visité a cualquiera que se nombrara a sí mismo como experto en la civilización maya, pero me veían como a un loco cuando les preguntaba por atravesar paredes y por portales interdimensionales. Al fin, hace una semana cayó en mis manos un viejo libro que habla de un ritual maya que conecta mundos. Mi última oportunidad.

Y aquí estoy, en Topoxté, lejos de los turistas que duermen ahora en las ruinas de Tikal, o de Yaxhá, esperando presenciar el amanecer sobre las ruinas y ver pasear a los jaguares. Si mañana continúa mi relato es que lo he conseguido.

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Son las cinco de la mañana. Empieza a haber un poco de luz. Cojo el manuscrito. Lo leo otra vez, y ya van 100. Me lo sé de memoria. Me sudan las manos. Empiezo a recitar mentalmente los pasos. Entro por una puerta que despejaron los arqueólogos hace un mes. Una pequeña estancia oscura que servía para algunos rituales, me parecía propicio, casi poético.

Puse ambas manos sobre la pared, cerré los ojos para concentrarme y empecé a recitar los conjuros. Las 20 estrofas que componían el ritual. Los recitaba esperando que el no saber el idioma no impidiera que funcionaran. Que de alguna manera sonaran como deberían. Según los decía, en mi cabeza resonaban, además, un par de frases a modo de instrucciones: despeja tu mente de tal manera que nada te ate, que nada te frene en tu viaje.

Parece que nada pasa, llevo seis estrofas, abro los ojos y veo como mis manos empiezan a atravesar la pared, lo puedo sentir. Estoy atravesando la pared. Tormenta de emociones internas. No es que la pared se diluyera, no es que mis manos perdieran su composición física, es que mis manos empezaban a ser fría y dura roca. Siento miedo, siento dicha, me cuesta no llorar. Sigo, estrofa 7, 8, 9, paso de los codos, empiezo con el pecho, sin atreverme a meter la cara; 10, 11 y 12, siento el sol en las manos. Parte de mi cuerpo está del otro lado. No lo puedo creer. 13, 14, 15, meto poco a poco la cabeza, digo mentalmente la 16, la 17, y la 18, espero con tantas ganas sentir el sol en la cara, el resultado de tanto esfuerzo, de tanta lucha, de tanta frustración. Le podré demostrar a todos que se equivocaban, que me habían juzgado mal, que no estaba loco. Estoy llorando, 19, y última estrofa, la 20, ¿el viento?, ¿el sol?, ¿dónde están?, ¿lo he logrado?, ¿en qué mundo estoy?, ¿y el aire?, ¿el aire?…

Una de tantas historias incompletas de SCI-FI. Historia 7/12.

Autor: Félix Espoz

2 Comments

  1. Miguel Mendez

    La historia se alimenta de leyendas, a veces hermosas otras trágicas. Es interesante adentrarse en el mundo de la investigación para luego poder narrar aquello que hemos podido coleccionar, verdadero o falso, algunas leyendas transmitidas de generación en generación que luego llegan a ser parte precisamente de la historia. Felicitaciones Félix.

    1. admin

      Muchas gracias pro su mensaje Miguel

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