Un diente menos

Un diente menos - Ana Verónica Andrade

Esta mañana mi hijo saltó de la cama feliz porque desde ayer uno de sus dientes se estaba sosteniendo en un hilo y, finalmente, se cayó. “Mamá, soy un niño grande”, me dijo, y sonreí. Vinieron entonces a mi mente los recuerdos de todas las horas que pasé con él desde su nacimiento hasta este momento y no pude evitar sentir un amasijo de nostalgia y alegría.

Anoche llegué a casa, él lloraba porque le dolía y no había comido nada. Yo había tenido un larguísimo día y simplemente lo abracé y me acosté a su lado para leerle su lección sobre la Rosa de los Vientos. Se acurrucó y sentí nuevamente su cabecita junto a mi corazón. ¿Por qué cuando crecemos dejamos de escuchar el corazón de nuestras madres?, me pregunté. Finalmente se durmió y recordé el día en que vi su carita por primera vez, cuando mis brazos se volvieron su cuna y mi pecho su refugio y alimento. Esa primera mirada de sus ojitos negros cuando me lo pasaron después de nacer marcó el resto de mi vida. Entendí al instante que no sabía nada del amor hasta ese momento. En mi ignorancia había perdido el tiempo buscando algo incierto, pero maravillarse en el rostro de un hijo es una sensación sublime e indescriptible. A partir de entonces supe que nunca más volvería a ser la misma mujer pues me había enamorado de verdad por primera vez.

Se durmió sollozando y lloré, no sé si de felicidad por verlo irse convirtiendo en un hombrecito maravilloso o de melancolía porque sé que cada día necesita menos de mi calor. Es posible que fuese una mezcla de ambas cosas. Creo que sentí ese deseo incontenible de ahorrarle cualquier dolor sin importar su índole para solo descubrir que no podré evitarle que un día sufra por un amor, por una decepción o por una pérdida. ¿Qué haré cuando se enamore y lo dejen por primera vez? ¿Y cuando muera uno de sus seres más cercanos? ¿Cómo podré abrazarlo cuando sienta que ya no puede más? Daría mi vida para que él no sintiera dolor. Sin embargo, sé que ese mismo dolor es uno de los maestros más severos que nos tiempla y depura con rigidez. No habría diamantes sin presión y ese pequeño es una gema en potencia.

Recordé su primera caída y cómo corrí a consolarlo, su primera mala calificación y cuánto se decepcionó de sí mismo, el divorcio y cómo se siente tan cercano a mí y tan responsable de que yo esté a salvo. Chiquito mío, mi corazón, no tienes que cuidarme, soy yo quien debe protegerte y, a la vez, soltarte para que aprendas a vivir y a convertirte en un maravilloso ser humano. Mi dicha será verte volar con tus propias alas un día y saber que lo hicimos bien tú y yo. Quiero ser cada día la madre que necesitas, aunque a veces las fuerzas me falten.

El tiempo pasa demasiado rápido. Hoy mi hijo tiene un diente menos, y yo una cana más. Mañana se irá y hará su vida lejos de mí y yo seré feliz por haberle enseñado a abrazar el mundo y sus alrededores. Pero en mi corazón siempre será ese bebé de ojitos negros que me miraba con ternura mientras lo amamantaba y yo sentía que nada en la vida podía importar más.

Una de tantas historias incompletas sobre infancia. Historia 9/12.

Autora: Ana Verónica Andrade

Cuenta de Twitter: @anavero1902
Whatsapp: +593 999 958 914
Web: anavandrade.com

7 Comments

  1. SUSANA

    Llega al sentimiento más grande que existe
    La maternidad

    1. Ana

      Así es Susana. Creo que no hay lección más grande que esta para mí. Gracias por leerme.

  2. Miguel Mendez

    Estimada Ana Verónica, has trasladado al papel y puesto en blanco y negro, has vertido en esta hermosa narración todo el poder y el amor de una madre para con su hijo. En verdad, a los padres nos toca sembrar en nuestros hijos todos los valores que luego les permitan desplegar sus alas para que vuelen solos. Ese amor es indescriptible pero profundo y diría que roza con lo divino. Felicitaciones.

    1. Ana

      Muchísimas gracias por leerme, Miguel. Gracias por compartir mi sentir. El amor en su expresión más pura es el amor por los hijos. Un fuerte abrazo.

  3. Tanya Armijos

    Ana Vero, muy bueno tu relato, me transportó al primer momento que tuve a mi hijo en mis brazos. Fue y será indescriptible. Felicidades. Un abrazo.

    1. Ana

      Gracias Tany! Nuestros tesoro prestados… un abrazo enorme.

  4. Florencia

    Que lindo relato. Me identifico totalmente. Un gran abrazo en «desconocido»

Responder a Ana Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *