Bucket

Bucket - Florencia Montenegro

“Tienen que mantenerse en silencio, agachados y no moverse bruscamente”, nos decía el guía, mientras nos mostraba el camino hacia los botes. “Los cocodrilos reaccionan a movimientos rápidos. Ahora, en la noche, están tranquilos y despiertos, muchos de ellos en la superficie del agua. Es un muy buen momento para observarlos. Tenemos nuestras linternas, y al iluminarles directamente a los ojos quedan como encandilados y no nos ‘ven’ realmente”, continuaba.  Le escuchaba atentamente, pues íbamos pocos en la canoa: el guía y unas pocas personas, incluyéndonos a mí y a mi hermano menor.

El brillo de los ojos sobre el agua era penetrante y electrizante, parecido al efecto en los ojos de los gatos al ser iluminados con las luces de un auto. Los sonidos de la selva amazónica en la noche parecían ser más intensos. La tensión la sentía en cada músculo de mi cuerpo. La adrenalina y admiración me hicieron grabar el momento claramente en mi memoria. Una imagen que no olvidaré jamás. 

Tampoco olvidaré cuando fuimos a aquel río maravilloso, en medio de una gran vegetación. Llevábamos queso con cascara rojiza en una bolsa. “Es para las pirañas, les encanta el queso”.  ¿Queso? No sabía que las pirañas comieran algo más que carne. Al parecer, para ese entonces, ya había visto muchas películas de terror. “Las pirañas son animales pacíficos, y sólo atacan cuando tienen mucha hambre o cuando se las molesta… o cuando hay sangre. ¿Sangras de algún lado?”. Como loca empecé a buscar si tenía algún sitio con sangre. Miraba mis piernas con cuidado… no vaya a ser que tenga un poquito de sangre en algún lado. “No te preocupes”, me decía el guía con su voz tranquila… “debe ser bastante la sangre para atraerles. Además, les encanta el queso”. No sabía si relajarme o no simplemente no entrar al agua. Lanzamos el queso al agua, y vimos como los peces subían a comerlo. Me metí al agua con cuidado, como con un ojo cerrado a la espera de qué iba a pasar. Y… ¡nada! Solamente la alegría y extraña sensación de bañarse con lo desconocido. ¡Check! ¡Me he bañado con pirañas!

Cuando cuento algunas anécdotas de mi infancia, parecen ser puntos de una especie de “Lista de cosas que hacer antes de morir” para otros. He tenido la suerte de crecer en un país maravilloso, lleno de una flora y fauna impresionante. Mis padres, aventureros y relajados. Mi papá, un forestal apasionado por su trabajo, nos llevaba para ver cómo iba el bosque. Él reforestaba bosques y los cuidaba hasta el punto que puedan cuidarse por sí solos. Los caminos enlodados, en los que las llantas del auto resbalaban mientras el motor rugía como un gran león. “Ahora, acelere”, gritaban desde atrás, mientras empujan el auto tratando de hacer que continúe y salga del charco profundo de lodo.  ¡El agua llegaba casi hasta la puerta! Yo iba sentada sobre la ranura del vidrio de la puerta trasera del auto de mi papá, con las piernas hacia adentro y la espalda hacia afuera. Mis manos agarradas fuertes de la manija, y gritando como vaquera “yeeehaaaa”. 

Cuando íbamos a la playa con mi familia, a mi hermano menor y a mí nos gustaba cazar cangrejos. Íbamos con mi mamá a las cuevas, aquellos huecos en la roca hechos por el mar. Nos gustaba ir ahí, pues había menos gente y más cangrejos. No era tan fácil llegar, pero el camino era precioso. Debíamos tener en cuenta la marea para poder regresar. Explorábamos las cuevas, hasta donde nos daba el valor. Ahí, en la entrada de las cuevas encontrábamos los cangrejos más grandes y más rojos. Aquellos eran los más difíciles de atrapar, pues son los más rápidos y con las tenazas más grandes y poderosas. Mi técnica, desarrollada tras una larga experiencia de caza, era lanzarles arena encima y ahí rápidamente ponerles las manos encima para evitar que se escapen. Con cuidado les limpiaba la arena y descubría los bordes del caparazón, y descubría los sitios claves de donde podía sostenerlo sin hacerle daño, y sin que me lastime. Debía tener mucho cuidado con las tijeras, como les llamaba mi mamá. Una vez se quedó mi hermano con un lindo “accesorio” colgando del dedo. La seña la tuvo por bastante tiempo.

Me gustaba examinar al cangrejo mientras estaba en mis manos, mirarle sus ojos verticales, que parecían mirarme con odio, y evitar constantemente el baile de las tenazas que, con cualquier descuido, terminaba en un buen pellizcón. Luego iban a un balde hasta llenarlo. Divertido era ver cómo se movían dentro, pasando unos sobre otros. Al final, los dejábamos libres otra vez, mirando con satisfacción cómo se esparcían por la arena.

Uno de los viajes más especiales que hicimos fue a las Islas Galápagos, cuando tenía solamente 9 años. Fuimos en un pequeño barco que navegaba durante la noche para llevarnos a una nueva isla en el día. Las Islas son espectaculares, una más linda que la otra. Cada día era maravilloso, desde el momento en que despertaba, hasta cuando tenía que irme a la cama. Yo no quería perderme nada, ni la comida ni los animales diferentes llenos de colores ni los paisajes ni ver a los delfines acompañando a nuestro barco en busca de nuevas aventuras. No quería desperdiciar ni un minuto; tanto así, que una de esas noches me quedé dormida parada, apoyada en una pared. Recuerdo una playa al atardecer, llena de flamencos. Me parecieron millones … esas hermosas aves en un intenso tono rosado obscuro, todas disfrutando del agua.

Pienso en mi infancia, y aunque no todo fue paseo y felicidad, solamente puedo estar agradecida de la gran suerte que he tenido. Una infancia llena de aventuras, sin preocupaciones, con una familia maravillosa y la libertad de ser yo misma.

Una de tantas historias incompletas sobre infancia. Historia 8/12.

Autora: Florencia Montenegro

5 Comments

  1. Miguel Mendez

    Estupenda historia, maravillosa infancia muy bien narrada. Gracias por compartirla. Felicitaciones.

  2. Camila Montenegro

    Reviví todos esos momentos. Muchas gracias! Nuestra vida llena de aventuras, cosas simples llenas de significado.

  3. Matilde

    Que bonito!! Y si, muy bien narrada! Que bonitos recuerdos.

  4. Javiera

    Que lindas historias!! Que lindos momentos inolvidables y que nos transporta a aquellos tiempos de infancia donde no existían problemas ni preocupaciones. Tiempo de felicidad en familia. Continúa por favor.

  5. Paulina Cruz

    Querida prima, talentosa , ya lo creo! Gracias por compartir y por traernos recuerdos donde aparecen claramente tu familia, tus padres a quiénes quise mucho y a Federico a quien cuidé por 3 días en mi casa, cuando tenía 6 meses, experiencia que me marcó profundamente a mis 19 años. 💖.
    Gran relato, vívido y entretenido, dan ganas de seguir participando contigo en las aventuras. Besos bella, espero sigas publicando tus historias.

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