La casa azul

La casa azul - David Carrillo

Nada de lo siguiente es ficción. Solo son los recuerdos de estos últimos años. 

Mi hijo estaría por cumplir los 3 años cuando comenzaron a suceder los “acontecimientos”. Todavía recuerdo la primera vez que pasó. Mi esposa y yo estábamos jugando en la sala con él. Desde pequeño nos decía “mama” y “papa”, con acento en las primeras sílabas, cuando se referiría a nosotros. Esa tarde, sentados alrededor de carritos, trencitos y figuritas, nos dijo, ustedes no son mis papis. Tú eres mi papa, pero no mi papi.  

Nosotros vivimos en una ciudad pequeña en el oeste medio de los Estados Unidos. Un pueblo semirrural donde todavía se pueden visitar granjas lecheras dentro del perímetro residencial. Nuestra casa, en ese entonces, era casi nueva, apenas tenía unos años de haber sido construida. Nunca conocimos a los residentes anteriores. Después de esa tarde de juegos, ese incidente no se volvió a repetir hasta la semana siguiente. Mi esposa y yo trabajamos tiempo completo, pero era yo quien lo recogía de la guardería después de la jornada laboral. “¿Cómo te fue mi amor?”, le pregunté. Me dijo, “bien papa, hoy vino mi mami a visitarme”. Asombrado, nuestros trabajos están lejos de ahí, le cuestioné: “¿tu mamá vino a la guardería?”, a lo que me contestó: “No papa, no mi mama, sino mi mami. Me dijo que otro día vendría con mi papi y jugarían más tiempo conmigo, hasta, tal vez, me llevarán a mi casa azul”. Esa noche, cuando llegó mi esposa a la casa, le conté lo que había dicho el gordo esa tarde. Los dos pensamos que, tal vez, fuera un recuerdo de otra vida.  

Conforme pasaron los días, nuestro hijo de casi 3 años o, tal vez, ya tendría más de 3 para ese entonces, nos dio más detalles de su vida pasada. Nos dijo que vivía en una casa azul con blanco, que tenía dos hermanos (en realidad tiene 3 hermanas) y que había fallecido en un accidente de carro. Cuando entró a al preescolar, la profesora nos cuestionó en una de las reuniones de padres de familia acerca de sus “hermanos”, y le aclaramos que solo tiene hermanas, pero una imaginación enorme. Entonces comenzaron a suceder “eventos” más extraños en casa.  

Una noche, mientras mirábamos la televisión, sentados en la sala, nuestro hijo nos tapó la boca y en su carita se podía ver el miedo, sus ojos grandes sin parpadear y su respiración agitada. Le quité su mano de mi boca y le reclamé algo molesto: “¿qué te pasa?” Nuevamente me tapó la boca y nos susurró: “ssshhh. ¿Escuchan?” Entonces bajé el volumen del televisor hasta el cero. Pero nada. Luego en tono de súplica pidió, “no hablen”.  

Este evento se volvió a repetir en una noche posterior, pero esta vez mi esposa sí se asustó. Le dijo, “papi me asustas”. A lo que nuestro hijo me miró fijamente, con sus manos en nuestras bocas y suplicó nuevamente: “Papa no abras la puerta. Hay alguien afuera, quiere entrar. pero no lo dejes papa”. A lo que algo molesto levanté la voz, afuera no hay nadie. Me paré, fui hacia la puerta y la abrí. En lo negro de la noche, en la soledad de la entrada, el viento frío del otoño sacudía las hojas del árbol del frente. Sin embargo, ninguna figura humana o animal, o creatura de otro mundo estaba ahí afuera esa noche. “Mira amor, no hay nadie afuera”. Nuestro hijo seguía con sus manitas sobre su cara, cerrando sus ojos para no ver el vacío de la entrada.  

Cabe aclarar que duerme como un oso y en su cuarto, solo. No se despierta con pesadillas ni tampoco tiene miedo a otras situaciones, como entrar a un cuarto oscuro o quedarse solo en su cuarto por tiempos. Es a veces, de vez en cuando, que de un momento a otro reacciona con pavor. Como una noche que mi esposa se encontraba fuera, y a la hora de ponerlo a dormir, me preguntó si esta era nuestra casa. “Claro que lo es”, le recordé extrañado. “Pues una niña que viene a veces, me dice que no. Que es la casa de ellos”. Y cuando iba a salir de su habitación, nuevamente vi su cara de miedo, sus ojos redondos y su respiración intranquila. “Papa no salgas, un hombre malo está afuera y nos quiere hacer daño”. Abrí la puerta de su cuarto y, en efecto, no había nadie. Estas experiencias “inusuales” fueron pasando con menos frecuencia. A veces en el carro comprando comida, a veces en la casa o a veces en la escuela. Pero mientras seguía creciendo, estas “imaginaciones” se fueron desvaneciendo.  

Ahora tiene casi 9 años y esas situaciones ya son parte del pasado. Ahora le encanta ver las películas de fantasía y de magia. Es más, recientemente fui a revisarlo en su cuarto porque se encontraba viendo una película de un mago adolescente que estudiaba en un castillo. Hace años que yo no volvía a pensar en esos episodios. “¿Como esta la película, gordo?”, le dije.  “Ssshhh papa, no interrumpas”, me recriminó. “Ooooook”. Me salí de su cuarto. Entonces, recordé que también debía darle agua a su mascota, que vive en una jaula en su cuarto, y me regresé a medio camino. Antes de la entrada de su cuarto, en el pasillo, algo me paró en seco. Una voz extraña, de una niña pequeña venía de adentro. “Te dije que tu papa iba a subir”. Él le respondió tranquilamente: “Sí, pero ya se fue”.  

Una de tantas historias incompletas sobre terror. Historia 9/12.

Autor: David Carrillo

La habitación, mi hijo y su «amiga»…

4 Comments

  1. Miguel Mendez

    Estupendo relato. Felicitaciones David.

  2. Florencia

    Que susto. A mi sí me han pasado de esas cosas.
    Valentía y ángeles de luz

  3. Juan

    Hasta ventrilocuo se ha vuelto, y puede imitar la voz de una niña.

  4. Susana Becerra

    A veces nos suceden pasajes inexplicables en la vida … algunos los creen, otros piensan que fantaseamos, y otros peores … te diagnostican con esquizofrenia moderada …
    No tenemos tiempo de indagar más hondo porque no nos alcanza nuestro entender normal y la ciencia no nos ayuda. Existen muchas historias que a la medida que vamos creciendo ya no las compartimos por el miedo a que nos juzguen … cambiemos eso.

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