Fotografías que roban el alma

Fotografías que roban el alma - Vivi Mutz

Tomaron el camino más corto, sin rumbo y sin ser advertidos de que las fotografías estaban prohibidas.  

El plan era aprovechar al cien por cien el automóvil que habían rentado, sin que ello implicara alejarse de la ciudad mexicana, ubicada en la cola del país, predominantemente indígena y con altos índices de pobreza.

Habían llegado vía aérea tres días atrás por razones laborales, limitados hasta entonces a recorrer a pie las calles que llevaban de la oficina hacia el hotel, del hotel hacia un restaurante y del restaurante hacia la plaza central.

Y era en la explanada de la plaza mayor donde Lucía y Francisco, cada noche aprovechaban a husmear y comprar en los locales que ofrecían textiles de lana con figuras geométricas.

Pero también con vendedores ambulantes que ofrecían un variopinto de souvenirs, entre ellos, diminutas figuras del subcomandante Marcos, ancladas a una argolla y que descansaban en sendos canastos de plástico, listos para acompañar ramilletes de llaves.

“No quiero irme sin conocer a una de las tejedoras o artesanas, en su día a día y en su taller”, sentenció Francisco, lo que apoyó Lucía con un “no perdamos más el tiempo y enrutémonos”.

Fue así como iniciaron el recorrido de 10 kilómetros hacia ningún sitio específico de San Juan Chamula, San Cristóbal de las Casas.

Las vistas de los sembradíos en relieve inundaban todo el trayecto. Ella más que él, al no ir al volante, apreciaba mejor el fondo verde degradado.

Lucía presionaba una y otra vez el botón de su cámara fotográfica y a la vez el del celular, en su intento por no dejar escapar ningún detalle.

Pero un breve descanso, equivalente a cuatro parpadeos de ojos, una imagen la cautivó.

Se trataba de una mujer indígena tzotzil que permanecía hincada, en pleno cepillado del pelaje negro de lo que fue una oveja, material que se confundía con su falda o nagua, como le llaman a esa prenda los pobladores.

La tarea que realizaba la mujer es toda una tradición en el poblado sureño de México, que implica la crianza de ovejas para después, convertir el pelaje en prendas típicas. 

Pero ella no estaba sola. La acompañaba su pequeña, que apenas despegaba el metro del suelo, envuelta también en el traje tradicional, con los cachetes rosáceos y agrietados del frío, acariciando a una cría de borrego sobre su regazo. El sol de la mañana les atravesaba el rostro a ambas. La escena era digna de ondear en la cumbre de los Altos de Chiapas.

Lucía creyó haber sido la única en apreciar el momento, pero el abrupto frenazo, seguido del retroceso que emprendió Francisco, supo que era lo que ambos buscaban.

Desde el automóvil y frente a la mujer e hija, ambos amigos levantaron de inmediato sus cámaras y para cuando lograron enfocar, la mujer desbarató la escena cuando al percatarse de la presencia de extraños, jaló a su hija para ocultarse.

“No quiero fotografías. Tú la venderás y ganarás mucho dinero y yo ¿qué gano?”, cuestionaba la mujer, viendo al mismo tiempo hacia uno de sus costados, con una angustia inusual, por el arribo de su esposo en cualquier momento.

Eso supondría, dijo, un problema mayor para ella, que para Lucía y Francisco.

La pareja de amigos rogó una y otra vez, no solo poder presionar el botón de la cámara, sino que además la mujer debía aceptar ubicarse en el mismo sitio y en similar posición, complicando aún más la situación. Lo que parecía facilísimo en cualquier otra parte del mundo, terminó en ruegos sin fruto.

Los jóvenes no tuvieron más opción que largarse de allí al ver que unos hombres, entre ellos, el padre de familia de ese hogar, se acercaba a la vivienda de madera, con otros tzotziles con el ceño arrugado.

¿Por qué nadie los había advertido de que los chamulas consideran tal acción una ofensa, porque una fotografía les roba el alma, excepto si es con una autorización?

Una de tantas historias incompletas sobre viajes. Historia 8/12.

Autora: Vivi Mutz

3 Comments

  1. Katya Ona

    Muy interesante!
    Gracias x compartir esta gran experiencia

  2. SUSANA

    Respeto a la privacidad

  3. Miguel Mendez

    Maravillosa y real historia magníficamente narrada. Felicitaciones a su autora.

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