Alma viajera

Alma viajera - María José Montalvo

Cuando mis padres se casaron, mamá dio un giro a su vida. Como marino mercante, su esposo navegaba a lugares muy lejanos, por varios meses cada vez. Así que, para poder vivir como pareja, mamá renunció a su trabajo y se embarcó en los largos viajes junto a papá.

Durante esos viajes, en la ruta Ecuador-Japón, fui concebida. Imagino a mi alma viajando millas sobre mar abierto para encontrarme…

No tuve una infancia normal y eso me hizo muy feliz. Viajamos mucho en barcos cargueros hasta que llegó el momento de entrar a la escuela. Es extraño, me cuesta recordar lo que hice la semana pasada, pero no puedo olvidar algunos olores, el viento en mi cara, imágenes de ciudades nuevas y las locuras de mi hermano en esa etapa de nuestras vidas.

Cuando entré a la escuela, desperté de mi maravilloso sueño. Papá tuvo que seguir trabajando lejos y mamá se quedó sola criándonos. Varios niños, e incluso maestros, no dudaron en encasillarme como una niña mentirosa. Una niña que decía que había viajado en barco a lugares muy lejanos y que su padre se encontraba en alta mar; cuando en realidad, de seguro, sus padres estaban divorciados y ella solo quería llamar la atención.

Fue un cambio muy duro para mí. Quería volar por siempre. No necesitaba a nadie más en mi vida, solo a mi familia y viajar. El mundo era demasiado grande como para estar atrapada en un lugar lleno de gente que me maltrataba psicológicamente día tras día.

Mi alma se sentía presa, inquieta y asustada.

Los únicos momentos en los que mi alma estaba realmente en paz eran cuando estaba sola, o cuando estaba viajando. Esa es mi verdad, incluso ahora.

Cuando viajo, siento una libertad difícil de explicar con palabras. Mis padres siempre decían que la mejor forma de aprender y crecer como personas es viajando. Conociendo lugares, culturas, modos de vida y comida diferentes; así uno enriquece su mente y alma, porque el mundo es demasiado grande y cada rincón tiene sus propios encantos, su propio aire y su propia energía.

“Prueba siempre la comida local, conversa con los habitantes del sitio que visitas, escucha atentamente las historias que te cuentan los mayores, aprende la historia del lugar donde estás parada, respira profundamente ese aire porque no se volverá a repetir, aprende otro idioma para que puedas comprender a otros y, sobre todo, respeta, respeta siempre a las personas que te rodean, sus costumbres y su historia”.

Todo lo que uno aprende viajando se aplica en la vida diaria: respeto, conocimiento, comer todo lo que te sirven, adaptación, paciencia, tolerancia, disfrutar momentos y no posesiones, hacer amistades, apreciar la soledad, probar cosas nuevas, encontrar belleza en lo simple, vencer miedos, valorar nuestra salud, y, lo más importante: descubrir de lo que somos capaces. Cuando muera, mi alma estará cien por ciento libre otra vez y mis cenizas volarán entre montañas. Hasta entonces, seguiré trabajando duro para saciar a esta alma viajera e inquieta.

Una de tantas historias incompletas de viajes. Historia 1/12.

Autora: María José Montalvo

5 Comments

  1. Miguel Mendez

    Conmovedora y hermosa historia. Felicitaciones a su autora.

  2. Mayte Murillo

    Comparto completamente ese sentimiento de enriquecimiento personal y espiritual cuando uno viaja y se involucra a todos los niveles en una nueva cultura. ¡Hermosa historia que merece la pena compartir!

    1. María José Montalvo

      Muchas gracias Mayte, me alegra muchísimo saber que compartimos ese sentimiento. ¡Un fuerte abrazo!

  3. Florencia

    El mundo está lleno de maravillas y rincones extraordinarios, y el «no hables con desconocidos » te deja sin experimentar al máximo, al igual que ahí hay pizza, vamos. La pizza es deliciosa, me encanta!, pero pizza hay también en casa. Viajar es una ventana para el alma, la mente y el corazón. Lo mejor!

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