La fricción

La fricción

No volví a ser el mismo. Dejé de mirarme al espejo, de asearme. Ya no prestaba atención a mi alrededor, tan solo me inspiraba escribir sobre ella. Recordarla. Estar presente en momentos que compartimos, que sentimos propios, que dejamos que nos cautivaran. No podía evitar entrar en casa y oler su perfume, tampoco el gritar su nombre para que mi mente asumiera que Sarah seguía allí, en nuestra casa, cerca del lago, aquel lugar elegido para envejecer juntos, dejando nuestro pasado atrás, cuidando el uno del otro.

Tan solo quedo yo. Su cáncer fue avanzando tan rápido que, cuando quise hacer algo, ya era tarde. Un último beso en su suave frente fue la única respuesta a la noticia del doctor en cuanto falleció en el hospital, un sitio que aborreció y al que no quería pertenecer, el lugar que más la había paralizado. Empecé a oírla mientras cocinaba, a reír mientras estaba en la ducha, a verla detrás de mí mientras me miraba al espejo tras vestirme o peinarme, a escuchar sus canciones cuando llegaba a casa sin yo haber encendido el tocadiscos antiguo que compramos en París como regalo de aniversario. Era víctima de su voz y su risa, de sus susurros y su música, estaba confuso, algo aterrado, pero era mi zona de confort y no pensaba alejarme.

Me sentía más cansado, agotado. Mi jefe me permitió unos meses más de excedencia por la pérdida de un ser querido, así que, mis días no eran muy activos o enérgicos. Sollozaba más de lo que comía, había perdido el apetito y no podía dejar de ver nuestros vídeos de boda, de picnics en el botánico, nuestras comidas cerca del lago y ese día en el que decidí instalar las placas solares, cuando me caí y casi me rompí una pierna mientras reíamos y contábamos historias de la extraña forma en la que nos conocimos, en aquel supermercado comprando tomates, una casualidad estúpida pero cercana y preciosa, jamás había visto una mirada tan compasiva y dulce como la suya.

Sí, me compadecía de mí mismo, de mi deseo de estar junto a ella otra vez. Supongo que esto me llevó a todo lo demás, a la espiral de circunstancias que empezaron a cautivarme, a hacerme preso de otra realidad. Mientras escribía, me solía quedar dormido encima del ordenador y todos los borradores que tenía sobre la mesa, pero lo inusual esta vez fue el encontrarme con Sarah en una visión tan real de acontecimientos. No era un recuerdo, tampoco algo que quisiera que sucediera, tan solo estábamos sentados uno al lado del otro en un banco, vislumbrando unas vistas preciosas de una ciudad que desconocía. Ella sonreía mientras la miraba anonadado, podía tocarla…

“Estás sorprendido” afirmó, como si leyera mis pensamientos, “No te preocupes, es normal.”

¿Normal? ¿Es que ha pasado antes? le pregunté, más sorprendido todavía.

“Fui a ver a mi hermana y no se lo podía creer, fue un momento agradable”, su voz tan dulce me relajaba, como solía pasar cuando estábamos juntos, “Quería verte, es todo.”

Estoy soñando, ¿verdad?

“Ni siquiera estás cerca de lo que realmente ocurre”, esta vez, sí me miró con una sonrisa amplia y de absoluta satisfacción.  “Hay una fricción entre la realidad y el otro lado, he aprovechado esa brecha para meterme justo aquí y saludarte”, tocó mi frente con su dedo índice, mientras seguía sonriendo.

Entonces… ¿realmente estás aquí? Su asentimiento con la cabeza, me llevó a abrazarla en ese mismo momento sin pensarlo dos veces.

Estuvimos hablando durante largo rato, parecieron días, pero en cuanto me desperté, me di cuenta de que habían pasado tan solo un par de horas. Los sueños empezaron a ser cada vez más recurrentes durante semanas y era lo único que me hacía levantarme por la mañana, me sentía feliz al poder verla, aunque fuera en esa situación tan extraña. Reíamos, bromeábamos, recordábamos viejos tiempos y no dejábamos de abrazarnos, besarnos tan apasionadamente como antes y no podía olvidarlo.

Aquella noche, me acosté más pronto de lo habitual porque estaba ansioso, quería volver a verla, no podía resistirme a esa tentación, no podía dejar de pensar en ello, pero no soñé. Dejó de aparecer de repente. No me dijo nada la noche anterior sobre esto… Estaba confuso. Traté de revisar todo lo que nos dijimos y encontré esa precisa y dulce voz que repetía en mi cabeza “siempre estaré contigo, me llevarás a todas partes, aunque no me veas”, seguido de un beso y una mirada intensa.

Fue una despedida, aunque no me diese cuenta. Fue nuestra despedida. Una luz que se había apagado dejando una noche oscura atrás…

Una de tantas historias incompletas de SCI-FI. Historia 5/12.

Autora: Laura Perelló.

www.trackontimeblogspot.com 

3 Comments

  1. Miguel Mendez

    Una historia profunda de amor, de aquellas que difícilmente se viven hoy en día, además muy bien narrada. Felicitaciones a su autora.

    1. admin

      Una bella historia en efecto Miguel!

  2. Larissa

    Una historia hermosa plagada de dicha y dolor y con la esperanza de una vida después de la muerte.

Responder a Miguel Mendez Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *