¿Dónde estamos las mujeres?

Toda clase de historias me contaban cada vez que mencionaba que mi próximo viaje sería a Marruecos. Historias de ensueño de la maravillosa “turistificación” de los desiertos, pero también historias que me hacían replantearme una y otra vez si viajar sola sería una buena idea. Estuve un año viajando relativamente sola o acompañada por otras mujeres por esas maravillosas ciudades europeas. Nadie me advirtió sobre sus peligros dada la imagen idealizada que mantenemos del viejo continente. Como si en estos espacios no se hicieran evidentes las sombras del ser mujer mestiza en ciudades hechas por hombres blancos. O peor aún, como si las desigualdades sociales y de género no tuvieran nada que ver con estos imperios que nos despojaron de todo en tiempos que todos parecemos haber olvidado. Con esto no quiero decir que las opresiones sean iguales en unas y otras latitudes, y mucho menos que todas las mujeres las sentimos de igual forma. Solo me cuestiono cuánta realidad ocultamos en los relatos que nos contamos. Sobre todo, cuando hablamos de la vida de las mujeres. Más aún, cuando hablan de nuestras vidas, sin ni siquiera poder opinar nosotras mismas. 

El primer viaje que hice en Europa, a la que quiero aclarar no le guardo ningún resentimiento sino un inmenso cariño, fue a Portugal. Nadie me advirtió de los riesgos de andar solas por las calles de Portugal. Sin embargo, uno de los momentos más tensos de mi ser mujer en este año, fue en una transitada calle en Lisboa en una helada noche de invierno portugués. No voy a extenderme describiendo la experiencia, puesto que podría resultar incómodo que utilice las pocas palabras que me quedan haciendo de este, un relato sobre un “clásico” acoso callejero. Pero me era imprescindible la referencia de ese recuerdo para contrastar las historias que estamos acostumbrados a oír. Lisboa fue mi puerta para entrar al supuesto orden y a la anhelada seguridad.

Un año después, compré un pasaje a Marruecos. Los comentarios sobre sus peligrosidades influyeron directamente en la forma en la que decidí viajar. Compré el pasaje para viajar con Pierre, Camila y Fred. Un francés tan francés que resultaba poco francés, una paraguaya que se burla en guaraní de sus propios mal genios y un inglés argentino. Nuestros códigos eran tan distintos que hacían que las palabras tengan que constantemente estar buscando formas para hacerse entender, en donde el afecto terminaba siempre siendo la clave para finalmente lograr comunicarnos. 

Marrakech fue mi puerta para volver a entrar al caos. Todo y nada me recordaba a mi lejana primavera eterna. Marruecos era claramente el sur, un sur al otro lado del mundo. Claro que también encontré muchas diferencias mientras recorríamos la Medina y la planicie seca que a los turistas nos dijeron era EL desierto. Y supongo que fueron las historias del principio de mi relato las que hicieron que en estos recorridos me obsesione sobre lo que sentía desde mi ser mujer. Y lo cierto es que las historias que me contaron fueron lo que menos sentí en mi cuerpo, en realidad una sola duda habitaba mi cabeza.

¿Dónde estaban las mujeres?

Casi no están en las calles, están solo unas pocas que han salido por las compras o que rápidamente las ves pasar en sus motos. No están vendiendo, actividad inherente de esta cultura de comerciantes. Aquí ese tipo de intercambio está reservado para los hombres.

Entramos un día a un baño público, los hammans hacen parte obligatoria de tu paso por Marrakesch. Entre nuestras torpezas comunicativas y nuestra ansiedad por vivir la verdadera experiencia marroquí, entramos a un no lugar para turistas, a bañarnos despojados de todo lo que ya sabemos se necesita para bañarse y en el caso de Cami y yo, despojadas también de palabras. Vimos desaparecer en la puerta izquierda a los hombres y a partir de ese minuto, todo parecía una absurda historia sacada de un cuento de ficción. Estábamos ahí, semidesnudas, sentadas en un oscuro y húmedo lugar repleto de mujeres locales sin sus velos, completamente desnudas, sin entender ni una sola palabra. Las dos latinas hispanohablantes no teníamos nada que hacer ahí dentro, pero es que ahí estaban las mujeres. Están en las esponjas llenas de jabón que friegan los cuerpos de otras mujeres. Están en los secretos de esos cuerpos y el amor que se cuela entre las aguas calientes de esa habitación. Ahí estábamos las mujeres, no estábamos solas a pesar de la falta de palabras. Ahí es imperativa la compañía, la colectividad y la complicidad. Las conexiones trascienden el lenguaje, los afectos se tejen desde el cuerpo y desde las miradas. Bañar a la otra es el ritual de intercambio de cuidado más íntimo y más anónimo que he tenido.

Dos mujeres marroquíes nos bañaron con su jabón y su esponja a cambio de nada. Quizá fue para aliviar la patética imagen de las dos turistas sentadas en la oscuridad o quizá para lograr que salgamos de allí lo antes posible. Pienso más bien que fue el acto de amor más profundo que viví en toda mi estancia fuera de casa. Ahí están las mujeres, en esta sabia labor que ocurre en esa intensa intimidad, la de sostener la vida. 

No voy a romantizar la vida de las mujeres en los espacios llenos de opresiones, pero sí quiero visibilizar cómo las mujeres creamos esos espacios de resistencia desde nuestras acciones y también desde los relatos que contamos, confrontando el miedo normalizado y cuestionando a este sistema global, capitalista, colonial y patriarcal que construye las historias que nos cuentan. En los días en Marrakesch, encontré otro tipo de seguridad, de esa de la que no se habla en los relatos de viajes, porque la intimidad y los cuidados son cosas de mujeres. Pues déjenme decirles que después de 3 meses de encierro, creo que para todos se hizo más que evidente que la intimidad y los cuidados son lo que sostiene la vida. 

Los relatos que cuento de Marruecos, no tienen nada que ver con los camellos y el deslumbrante mercado, ni con los velos que ves caminar por las calles que nos producen tanta contradictoria aberración sin notar los velos propios que llevamos las mujeres occidental(es)izadas. Mis relatos de Marruecos son un acto de resistencia frente a las historias que escuchamos siempre, historias en donde seguimos sin saber, dónde carajos estamos las mujeres. 

Una de tantas historias incompletas sobre Mujeres. Historia 4/12

Autora: Alejandra Pinto

7 Comments

  1. Soledad

    Felicitaciones por el relato. Me identifico con las situaciones por las que pasamos las mujeres al estar en tierra ajena, y mucho, hasta en la propia.

    1. admin

      Definitivamente es una historia que nos abre los ojos y nos hace pensar sobre un tema muy recurrente para las mujeres. Gracias por tus palabras y por compartir!

  2. Miguel Mendez

    Felicitaciones Alejandra. Hermosa historia extraordinariamente narrada. Sigue escribiendo, por favor, tienes ese precioso don que tienen los escritores.

    1. Alejandra Pinto

      Gracias Miguel!

  3. Sofía

    Gracias
    Leerlo fue maravilloso, sigue escribiendo Ale

    1. admin

      Gracias por tus palabras y sigue disfrutando de más historias!

  4. Alejandro Pinto

    La naturalidad y la espontaneidad de tu narración hace que el lector se sienta trasladado al lugar en el que ocurren las historias por ti narradas.Puedo, ahora decir que conozco porque he sentido el lugar y la atmósfera que rodea al sitio donde tiene lugar el baño comunitario de mujeres marroquíes que, de pronto, alojan a otras dos que llegan de culturas ajenas y que atemorizadas contemplan desde un rincón un extraño ritual de intimidad y afecto. Ahora yo siento la necesidad de seguir escuchando y viendo desde el interior de la lectura de tus frases y palabras la culminación de tus historias reivindicativas de mujeres hasta saber Dónde estaban las mujeres?. Por favor sigue contándonos. Creo que muchos otros, igual que yo, tenemos esa necesidad. Felicitaciones.

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